Lost words between dirty bricks

Pájaros exóticos contando secretos a las palomas acostumbradas a la vida de ciudad, travestis ajetreados por calles del Gòtic, hijos de papá celebrando una boda en territorio hostil, bares clandestinos, lavabos que conservan más historias que los cuentos de Las mil y una noches, extranjeros maravillados con las formas seductoras del modernismo…

Al cabo de recorrer calles con desconocido destino, llegas a un edificio imponente, que aunque de adulterada arquitectura, expresa esa belleza fría que solamente las catedrales pueden transmitir. Delante, unas tiendas de madera posan para que los naturales de la ciudad se acerquen y admiren libros de editoriales catalanas. Con disimulo, haces ver que te interesas por ellos -porque sabes que tu conocimiento literario está lleno de nada- y decides pasar tus ojos por las estanterías. En un momento inesperado, te cruzas con una tapa de libro sencilla, limpia, amarillenta, con relieve fino y letras nítidas. Para acabarlo de rematar, fotografía del busto de Marco Aurelio exhibido en el Louvre.

Tú, que tan poco sabes y tanto aprendes, te has fijado en todo lo físico excepto con el título y autor. La forma te satisface al momento, pero cuando se trata del contenido huyes de él. Con suma mediocridad, revisas el nombre: John Stuart Mill. ¡Oh, no, es un filósofo! Entonces dices lo compro porque se que a ti te encanta la filosofía, tanto que preferirías que no existiese. Lo miras con otros ojos, feliz de tu perspicaz audacia en encontrar libros y te engañas pensando que empiezas a ser un intelectual. El libro por suerte, te dejará claro que no lo escogiste tú; él vive solo pero si quiere se deja ver. De esta forma, tu ego se reduce y empiezas a admirar la complejidad, y a la vez, sentido común del ensayo:

[…] L’única llibertat que mereix aquest absolutisme és la de perseguir el nostre propi bé a la nostra manera, sempre i quan no privem els altres d’aconseguir la seva.

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